Hay una iglesia en lo profundo de las llanuras de sal. Un templo olvidado, consagrado a un dios bondadoso y justo. Fue mancillada por un rey engreído y despiadado. La sangre de los fieles tiñó su acero de rojo. El dios derramó sus lágrimas sobre el valle, transformándolo en un yermo de sal y desdicha. Antes de desaparecer de la memoria del hombre, el dios maldijo al profanador a convertirse en un ser odiado y repulsivo que envenenaría y corroería todo cuanto tocara, encerrándolo con solo su corona para recordarle todo lo que perdió. La gente lo llama el Cantigaster. Y todo el mundo conoce su historia