Siendo mortal, Onibaba atraía a los rezagados de las batallas y remataba a quienes sobrevivían a sus trampas para vender sus posesiones. Una noche, le quitó la máscara a un sombrío y terrible Samurái, y se la puso en la cara. El oscuro poder de la máscara conectó con la purulenta podredumbre de su alma y ya no la soltaría. Pronto, la vieja Bruja mortal había desaparecido, reemplazada por un eterno horror devorador que ha acechado desde entonces en aquellos lugares de Kagejima donde hay matanzas.